“En algunos hoteles de
Varadero viene todo incluido, hasta la mala cara”, rezongó Sócrates de la Caridad , mosqueado sabrá
él por qué. En su muñeca, una manilla lila sugería que había pasado un fin de semana
mejor que el mío, por eso aquel mediodía, esperando una guagua bajo un sol que
rajaba el granito, puse en entredicho el criterio de un viejo amigo…
“¿Tan mal te fue? No lo
parece…”. Sócrates lucía más llenito, notablemente colorao por el sol, la
hemoglobina repuesta y los laguers sin piedad. Supuse alguna bronca con la pertinaz
Bielka Valdivieso: esa guajira tenía la rara virtud de sacarlo de quicio con la
misma facilidad que lo domaba luego con sus arrumacos y desplantes.
“Mi problema es que no tuve ninguno,
y yo estoy genéticamente programado para el stress, la candanga, la traba, la
“podría”… Te digo una cosa bróder: el cubano no está preparado para vivir sin sobresaltos”, dijo con
fatalista gravedad.
Y me lo contó todo…
Me contó que se tiró con la guagua andando y fue a turistear un
fin de semana en un hotel, como Dios manda, a creerse por 72 horas que un mundo
mejor es posible, a soñar que algún día podría hacer aquello con su magro
salario de sofista…
Sintió como si hubiera viajado casi 30 años atrás en una máquina
del tiempo, a los veranos ochentenos en que iba con sus padres a un hotel de
Varadero, aquel Varadero que prácticamente se acababa en las lomitas del
Internacional. A partir de ahí solo había entonces, si acaso, un restaurante,
un cabaret filibustero, un campamento pioneril, mangle y mosquito, mucho
mosquito…
Un inesperado negocito y a
little help of his friend financiaron la quincuagésima luna de miel de
Sócrates y Bielka, que no necesitaban muchos pretextos pa meterse mano. A
Varadero se fueron, como el Benny, y tras pasar el peaje les dio la bienvenida
al mítico balneario una gigantesca valla que el Sócrates, siempre malpensado,
no supo clasificar entre burlona y cínica: “Todo
lo que aquí se recauda es para el pueblo”.
Ya este Varadero no era el de su niñez, ni siquiera el de su
adolescencia y temprana juventud: ahora podía entrar a los hoteles, pero igual
se sentía ajeno. Me confesó que a veces se sentí como si llevara tatuado en la
frente “soy cubano de Cuba, estoy aquí
casi de casualidad, así que ni se esfuerce en atenderme mejor: su trabajo no
soy yo”.
“¿No estarás exagerando un
poco?”, pregunté…
“Tu sabes que yo no soy
paranoico por amor al drama: ahí uno siente que hasta las mucamas te miran con
desdén, con tanto acrílico y gangarria, y los camareros te miran con
reprobación y vergüenza cuando le caemos a la mesa bufé a saldar viejas deudas
gastronómicas. Yo quisiera haberlos visto en su primer día de pincha, cuando se
vieron rodeados de tanta jama, tanta carneeeeee...”, bramó Sócrates, que
tanta bandeja repitió en nuestros años de becas y alquileres…
“El hombre piensa como vive,
lo dijo Marx”, intenté teorizar…
“Marx de cubano lo único que
tenía era un yerno, y pa’ eso palestino. A mi tampoco me cuadra el cubaneo
denigrante, ni que aquello sea campismo con manilla por culpa de tanto nuevo
rico. Pero bastante hambre me ha costado mantenerme honrado para que vengan a
cuestionarme si me sale del alma comerme 13 bistecs”…
“¡¿13 bistecs?!”
“Ese no es el asunto…El tema
es que tres días no bastan: el primero no disfrutas nada, porque estás en
shock. El segundo tampoco, porque ya estas pensando que al día siguiente te
tienes que ir. Y del último solo tienes la mañana, que se va volando, y de
regreso a la realidad… a la dura realidad. Nada viejo, lo dicho: no puedo ser
feliz”, concluyó, justo antes de mandarnos a correr cuadra abajo, en busca
de un ómnibus atestado, cuyo chofer no cree en lágrimas ni en paradas.
De lo mejor que he leído últimamente, y no bromeo, porque tampoco yo creo en lágrimas. Te felicito desde mi alma hasta la tuya llena de 13 bistecs.
ResponderEliminarFusión de almas, eso es un milagro.
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