De pronto, Sócrates de la Caridad salió del mutismo y lanzó uno de sus
incendiarios razonamientos: “El misógino
no nace: se hace”.
“¡Tú madre!”, saltó
Bielka Valdivieso y el fantasma de Clara Zeltkin aplaudió en su tumba.
“¿Ves?”, me dijo
Sócrates, con la sonrisa triunfal de quien acaba de demostrar su punto y solo
necesita una aprobación para proclamarlo. Tengo por ley no meterme donde no me
llaman, y menos en líos de marido y mujer. Y menos que menos aún entre Bielka y
Sócrates, que antes de que tomes partido ya están reconciliándose de la manera
menos recatada posible.
“A mí me dejan fuera”,
mascullé y para dejar claro que no me arrastrarían a su pleito marital, mire al
techo y empecé a canturrear… “Fuiste
túuuu…”
Por un instante solo se escuchó mi voz. La pareja se quedó
mirándome, hasta que Sócrates me interrumpió:
“¿Tu quoque fili mi?”
“¿El qué?”, respondí con
la pregunta que siempre le hago cuando no entiendo de qué va. Y eso pasa más de
lo que me gustaría admitir.
“¿Tú también con la dichosa
cancioncita? Primero fue Haila preguntando quién fue, ahora Arjona que si
fuiste tú…”
“No sé qué decirte - intenté defenderme-. Esa
canción me sale hasta en la sopa. Yo de Arjona solo tengo el Historias, y sin
embargo me sé el puñetero fuiste tú”.
“No entres en pánico. Se
trata de un fenómeno científico perfectamente habitual. Cíclico, como el cometa
Halley, pero con una mayor frecuencia: es, sencillamente, la furia del momento”
Y ahí comenzó una disertación sobre las canciones de moda, esas
que en un día flojo te espantas quinisientas veces, esas que acabarás
tarareando aunque sus intérpretes te parezcan cheos, sus letras tontas y su
ritmo plano y cansino. Esas que cuando te pegan los tarros o te botan le
encuentras sentido y crees que la cantan por ti. Esas que cuando pasa su furia
se te olvidan, porque otras furias invaden tus sentidos…
“¿Y de quién es la culpa?”,
pregunté…
“De las industrias
culturales. Del kitsch cotidiano, que es el buen gusto de la gente con mal
gusto, que creen que nos hacen un favor sometiéndonos a su bazofia. De nuestros
abnegados almendroneros, que al parecer con la licencia para botear les dan un
CD con lo que suena. A veces nos montamos con un viejo y nos creemos, ilusos,
que pondrá un Barbarito Diez o un Ñico Membiela. Pues no. ¡Quimba pá que suene!
Pero mi viejo, si a su edad ya usté no quimba ni jugando bolas…”.
Sonreí y me perdí en los recuerdos de mi niñez, cuando no había
grabadoras ni mp3, y toda mi educación musical dependía de la maestra invisible
y la radio provincial. Cuando Colorama salía los lunes a las mil, Prismas ponía
un video los miércoles y Contacto tres los sábados. Y por entonces, de A
Capella solo me gustaba la
Balmajó.
Recordé aquella escuela al campo en que acabó asqueándome Cristian
Castro y “el tiempo que duró nuestro amoooooor”.
Y el Pre con las filas azules bailando carnavalito en la plaza. Y mi llegada a La Habana , en plena fiebre de Juan
Gabriel y su no te aferres… Pensándolo bien, ha sido una sucesión de consagrados
y efímeros, bukis y lambadas, perales y pimpinelas, que de alguna manera
siempre asociaré a momentos dados de mi vida… Quizás esa fuera la única y gran
virtud de las furias, ayudarnos a volver con la memoria a los tiempos que jamás
regresarán…
“Sabes Sócrates, después de
todo, tal vez esas furias tengan su razón de… ¿eh?”
Olvidados de mi, Sócrates y Bielka hacían las paces con uno de sus
maratónicos besos. No me quedaba más remedio que dejarlos, o esperar a que
acabaran. Así que una vez más, mire al techo y empecé a canturrear… “Fuiste túuuu…”
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